
Las cosas nunca son como uno las planeo.
Recuerdo cuando era niña y pensaba que a los 15 ya se era mayor, que a los 20 sería madre y a los 25 abuela, y que a los 35 ya iría de salida. Y resulta que a los 34 aún me busco, tratando de encontrar a esa Rocío que nunca fué, o que fué en exceso, y a veces, incluso la percibo con el rabillo del ojo, burlándose de mi la muy desgraciada.
Recuerdo cuando entre a estudiar a la universidad, biología... pensaba dedicarme a ingeniería genética y montar un parque jurásico, volverme rica de la noche a la mañana y vivir feliz viajando por el mundo por el resto de mis días. Al terminar biología, comencé a dedicarme a veterinaria, de lo cual sabia bastante por dedicarle todo mi tiempo libre e ir a cursos cada que tenía la posibilidad además de meterme en el quirofano de cuanto médico conocía, y me empezó a ir muy bien, de pronto me hice de una gran clientela, toda ella a sabiendas de que era bióloga y no veterinaria.
Y heme ahi, tirada en mi cama sin poder conciliar el sueño a las 4 de la madrugada, preguntandome que hacer con mi vida: a) Entrar a hacer una maestría y un doctorado en Inmunología, o b) Meterme a la carrera de Veterinaria antes de que algún médico me demandará por usurpación de profesión y empezar desde cero.
Creo que mi decisión es más que obvia, me metí a Veterinaria, y de pronto me encontré en medio de una bola de escuincles pubertos de 18 años que se reían de pura pendejada y que no sabian nada de medicina. Me sentí como de vuelta al kinder, yo, una investigadora sería, que venía de trabajar en el CINVESTAV en un laboratorio de inmunología, de dar clases de licenciatura y ponencias en congresos internacionales, en medio de toda esa bola de niños babosos!!!
A fin de cuentas y tras mucho meditarlo, decidí quedarme ahi un semestre, y en caso de que me fuera imposible, abandonar la carrera para optar por la primera opción. Pues en verdad los primeros semestres de la carrera fueron maravillosos, ya que sólo me presentaba a los exámenes y nadie sabia nada de mi, pero en 4º o 5º semestre, al honorabilisimo consejo técnico se le ocurrio sacar una nueva ley, donde era obligatorio el 80% de asistencias para poder acreditar una materia, ahi fué donde valió madres mi espléndido plan de sacar una carrera sin cursarla, y además con un maravilloso promedio.
Pues así fue como empece a asistir a clases, lo cual la mayoría de las veces era un verdadero martirio, empezando por las desmañanadas, ya que eso de pararse a las 5.30 para llegar a las 7 a CU nunca fue muy de mi agrado, razón por la cual solía llegar tarde a clases. Luego los maestros que dan clases con información de los 80s, época en la que milagrosamente terminaron la carrera y que nunca se preocuparon por actualizarse, y que además, se ofenden cuando les corriges algo. Y para terminarla, las prácticas de campo, donde, en el caso de las producciones, te llevan a los ranchos a ver el maldito acinamiento y las pésimas condiciones en las que viven los animales de consumo, para que al final, el matadero sea su salvación para toda esa pinche vida de miseria.
Finalmente termine la carrera, y espero próximamente abrir una clínica propia en un buen lugar, volverme rica de la noche a la mañana, vivir feliz y poder viajar por el mundo por el resto de mis días.